jueves, 16 de agosto de 2012

Haz turismo

invadiendo un país

La letra de esa canción no tiene que ver en principio con lo que voy a escribir, pero he tenido esa línea todo el fin de semana en la cabeza.

El turismo aquí en Barcelona es brutal. Influye tanto en la economía que deja de tener sentido.
Yo entiendo: cuando un lugar es bonito por cualquier cosa, a la gente le gusta visitarla. Le gusta ver cosas que no ha visto antes, probar nuevas comidas, hacer actividades que no puede en el sitio de donde viene. Cuando el afluente de turistas en un lugar es considerable, comienzan los comercios de recuerdos y las empresas de excursiones programadas. Lo cual tiene sentido, es algo más de lo que vivir. Esto está bien de forma moderada. Sin embargo, ya sea por culpa del aumento de turistas o por culpa del aumento de nuevas atracciones, la cosa se sale de madre.



1. Las atracciones que una vez llamaron la atención pierden su esencia, y sólo queda la publicidad, como la cáscara de una nuez podrida. Véase la Rambla. La Rambla era un paseo ancho, lleno de comercios de barrio, donde la gente iba a comprar sus gallinas, por ejemplo, y donde empezaron a poner puestos de flores. En definitiva, lo que en una ciudad mediocre es un sitio agradable por donde pasear tranquilamente. Ahora se ha convertido en un hervidero de turistas, que acuden allí simplemente porque les suena el nombre de haberlo leído en su guía u oído de sus vecinos. A ambos lados del paseo hay ristras de tiendas de recuerdos, a cual más mala; de comida rápida y de desavíos varios; de restaurantes con paella falsa y de personas que te meten "flyers" de publicidad por la boca si te descuidas. No es agradable pasear, ni tiene sentido hacer fotos, ni decir que has estado allí (a no ser que quieras contribuir con la pelota de la publicidad). Lo único entretenido es jugar a mi juego "busca al autóctono".

2. Las atracciones que antes no lo eran, no tienen ni siquiera esencia, y sin embargo les crecen adornos como la corteza de un alcornoque. Valor añadido, diría uno de marketing. Véase la fuente mágica de Montjuïc. Es una fuente que bien podría estar en cualquier rotonda de Jerez. No creo que se sepa quién empezó la bola de nieve, si las guías y los turistas pasados, o la propia ciudad, pero es increíble la cantidad de gente que congrega esa fuente todas las noches. Es como la feria de Sevilla sólo que sin música y sin comida. Resulta que es una fuente que se enciende a una hora determinada, tiene luces, y han programado unos chorros que se mueven según suena una música. Quizás su objetivo era ser una fuente que alegrara la vista, y que para ahorrar en agua encendían al anochecer, quizás para que fuera más bonita pusieron luces, quizás vieron un filón a explotar y añadieron música (quizás no, no me he informado pero a mí me encaja). Cuando menos miras hay un espectáculo montado de algo que tiene todo el mundo en su casa. Otro ejemplo es el mercado de la Boquería. A mí me parece que el espectáculo de la fuente no es lo interesante, sino observar el comportamiento absurdo de la gente. Y esto da lugar al punto 3.


3. El comportamiento de los turistas de ciudad se vuelve absurdo. La esencia la siguen teniendo: Un turista de ciudad debe levantarse temprano para aprovechar el día, aguantar el frío y el calor, intentar ver lo más interesante, comer algo típico y hacerse alguna foto boba, oliendo los pies de una estatua o aguantando un edificio doblado. En esto, todos hacemos lo mismo, me incluyo porque he sido y seré turista de ciudad en algún momento. Sin embargo me da la impresión que la gente no piensa en el contexto ni se para a disfrutar lo que está haciendo, sino que visitan cosas porque conocen el nombre, comen cualquier cosa con el apellido "típico",  e incluso hacen fotos de cualquier objeto que esté siendo fotografiado por otra persona, (me he inventado otro juego con eso). Respecto a esto en realidad no estoy segura de que sea un comportamiento nuevo, sino que al haber más gente, se hace notar más. Las personas somos curiosas, por eso nos acercamos a ver qué hacen los demás, y además envidiosas, por eso también repetimos lo que hacen los demás. Pero el punto al que llega esto, me enfada. 



Aun así, el turismo da de comer. Por eso no me extraña que las ciudades se inventen nuevas atracciones, y construyan nuevos edificios prominentes que llenen las tarjetas SD de unas personas y a la vez el bolsillo de otra. Lo que me disgusta es que pocas cosas quedan para el disfrute de los que viven en el lugar. ¿Me estoy volviendo una agarrada?

Sólo espero que llegue el otoño. 

domingo, 5 de agosto de 2012

¡Al Tibidabo!

Lo conseguí. Conseguí llegar a esa maldita montaña que desde todos los puntos de Barcelona se ve cercana, pero cuanto más te acercas más se aleja ella. Salí de casa a las 9.00 con el objetivo de superar el reto. Aproveché e hice fotos de mi barrio sin gente.

Plaça del Bon Sucès

 He de decir que para no arriesgarme del todo cogí el metro hasta la Avenida Tibidabo (también hecha durante el s. XIX-XX, y modernista, como todo lo que queda en pie en Barcelona, parece), con casas de la clase alta barcelonesa. Es una cuesta bastante empinada, pero como los vecinos tienen cochazos, eso no importa. 


Desde esa parada de metro comencé a subir a dos pasos por segundo, sin bajar el ritmo, cargada con un litro de agua, un melocotón, y el cuerpo lleno del azúcar que me proporcionó un desayuno a base de dulces árabes. Al principio creí estar perdida, pero el ver ciclistas y senderistas me dio buena espina. Hay que llegar por una carretera llamada Carrer del Aigua, hasta el inicio de la zona de senderismo (un aparcamiento de tierra y dos carteles explicativos). Después de andar un corto trecho hay que cambiar a un camino forestal, porque el camino verdadero es un circuito horizontal de dos horas por la sierra de Collserola que no lleva a ningún lado. 





De izq. a dcha. : Bloques altos, la Torre Agbar, el parque Güell,  la Sagrada Familia, las dos torres de la Barceloneta

El camino forestal, en cuesta también; conduce, tras pasar por un puesto de bomberos, a la carretera que une Vallvidriera con el Tibidabo. Tras una hora de cantar "Je ne veux pas travailler" (porque lleva el mismo tempo que mis pies) llegué a la cima. Allí me recibió uno de los grupos de ciclistas que me habían animado por el camino. 


En lo alto de la montaña está el Parque de Atracciones del Tibidabo y el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón. Hay uno nuevo construido encima de una capilla antigua. Aparte de parecer de mentira, hacía calor, y eso en un templo no lo puede tolerar, así que salí corriendo. Llegué a misa de 11, así que cogí a un grupo cantando y a un cura expiándose a sí mismo sentadito en un banco.















El Parque de Atracciones es el primero de España, según tengo entendido. Cuando lo inauguraron debió de ser muy emocionante, ya que muchas de las atracciones consisten en causar vértigo, aunque ahora son de risa, y muy infantil. También tienen laberinto de espejos y cosas parecidas. Yo soy  más de Port Aventura.







El melocotón me lo comí al pie de la torre de repetición-mirador que hay justo al lado. El guarda del aparcamiento me abrió la llave de paso de la tubería de agua potable de la carretera y nos rellenó la botella a mí y a los ciclistas que bajaban, muy amable. Aún estando el suelo cubierto de acículas de pino, había retoños de una especie de Quercus que no supe reconocer por todos lados. El adulto no estaba. 




La bajada fue mucho más ligera, tardé una hora y media desde la cima hasta mi casa. Los personajes del camino cambiaban, dejaron de verse ciclistas experimentados y empezó el goteo de guiris equipados solamente con chanclas y cámara de fotos que no sabían donde se metían, a la hora en que el sol está más alto...


Lo que se ve desde mi pasillo













Barrio de la Barceloneta

Para rematar el día, volví a trabajar y luego me dí un paseo por la Barceloneta, que era antiguo barrio marinero, también de finales del s.XIX, que me recordó a Cádiz, con la gente en la casa-puerta viendo la tele.






Los hijos de los 17 Hippies





Aunque exista un tranvía, un funicular y un autobús, el próximo reto es subir al Tibidabo a pie desde casa.



El paseo marítimo - Historia II



 El sábado, me fui a dar una vuelta por el Raval profundo. Es mucho más pobre que la parte donde yo vivo. Hay más edificios con okupas y más inmigrantes, que suelen ser Pakistaníes. Tienen también una Rambla, donde hay bares y es agradable. Saliendo del barrio en dirección a Sant Antoni, que es la calle que rodea el casco antiguo está el mercado. Lo están rehabilitando y es más bonito que el de la Boquería (o debió serlo). 

Después de salir del laboratorio, por la tarde, me fui andando paseo marítimo adelante, hacia el noreste. Las playas de Barcelona ciudad son de arena de obra, mancha y se levanta polvo siempre, están divididas por cubos de hormigón que forma calitas. La primera playa, la playa de Sant Sebastià, donde está una de las torres del teleférico, y la siguiente, Barceloneta, son las más visitadas. Hay bares bajo el paseo marítimo y redes de voleyball. Justo ahí está el centro de investigación donde trabajo. 



Después está el Puerto Olímpico y más adelante la playa del Bogatell, del barrio Poblenou. Las demás ni me las sé ni vienen a cuento.


 

El Poblenou es un barrio que acumuló gran cantidad de industrias durante la Revolución Industrial tardía. Quedan algunos edificios que fueron fábricas, de esos de ladrillo rojo, y están rehabilitados como viviendas, o para otro uso. También quedan bastantes chimeneas gigantescas por el barrio y alrededores. Ahora es un barrio normal, de contrastes, con sus edificios modernos y sus descampados, incluso con su propia Rambla también. 




Para volver a casa cogí el metro y me bajé en el Ensanche, por encima de la Gran Via de les Corts Catalans. El Ensanche (Eixample) se empezó a construir a finales del s. XIX, alrededor de los 70-80. Es la zona de calles en caudrícula que rellena el espacio entre el casco histórico y los barrios periféricos como Sants o Gràcia. Éstos barrios antes eran municipios, que se agregaron a la capital en la época del Ensanche.  


Los edificios aquí son modernistas, pero no tan exagerados como los Gaudí. Los tonos son grisáceos, y puesto que los edificios que están recién pintados tienen ese mismo color, me hace pensar que originalmente eran así y no es polvo y contaminación. El Paseo de Gràcia es la calle más señorial, junto con la Vía Laietana (que no es del Ensanche pero es la primera que ví y que me produjo esta sensación). Impresiona bastante ver unos edificios tan enormes con una decoración tan enrevesada. La gente que pasea aquí es más pija. No la recorrí entera, sino que bajé a mi casa a cenar y dormir.